viernes, 4 de junio de 2010

Por el placer de haberte conocido


Por el placer de escucharte.
Porque escuchar tu voz me devuelve la fe.
Porque me dí cuenta de que el sentido de mi todo nace de tu voz, hija y madre de la gravidez de mi universo.
Porque así retumba la dulzura de tu voz en mí, sedosa y letal, capaz de domar mis demonios y al mismo tiempo de volverlos en mi contra.
Porque nada asiste mejor a una palabra tuya que la sonrisa con la que la atas al final de cada frase.
Porque la voz que moldea tus pensamientos, en callada comunión con tus labios, compone la sinfonía de las noches en vela, la de los deseos -más que de los sueños-, la de las caricias de nadie, con la madurez de lo sentido y una sensibilidad todavía infantil.
Porque cada palabra tuya contiene vida y esperanza.
Porque encierra la elegancia de la fragilidad de tu feminidad, y acaba fabricando un mundo más bello, más humano.
Porque cada sílaba que se cae de tus labios hubiera tenido que guardarla en una cajita, para poder abrirla cuando la vida ya no me parezca tan bonita ni tan digna, para que me recuerde la parte maravillosa de la existencia mientras recojo los restos de la mía.
Por el placer de escuchar tu risa, mientras peleo por hacerla mía. Esa alegría espontánea que ahuyenta mis inviernos y me concilia con la esperanza, cuando pensé que ya no habría otra.
La que frena mi caída y cose mis heridas.
Porque tu risa pertenece a la caridad de tu esencia, de tu persona.
Porque cuando ríes sin querer buceas hasta las entrañas de la humanidad y la socorres en su padecer.
Porque la regalas para que vivamos todos un poco más arropados y amados, lejos de la plomiza indiferencia que nos encharca los pies.
Por el placer de mirarte, porque en tus ojos me veo diferente.
Porque en ellos me asomo al mundo con el que soñaba de pequeño, allí donde se desvanecían los miedos y la ternura no prescribía nunca.
Porque eres capaz de envolverme con tus párpados cuando miras lo que muchos ojos no son capaces de ver.
Porque su curiosidad no tiene dueño que los guíe ni indulgencia que los disculpe.
Porque tus ojos, como dice a canción, me mataron una vez y me matarán por siempre.
Porque hablan por ti cuando callas.
Porque con ellos descubrí que existía otra manera de admirar las estrellas a ras de suelo. Porque con ellos se detuvo mi mundo y me olvidé de mí.
Porque en ellos viviría sin pedirte permiso.
Porque son tuyos…

3 comentarios:

  1. Sí, sé que todo el mérito es mío. Que estas letras, previamente maduradas, no hubiesen podido ser escritas sin mi intercesión.

    Sé también que el autor de este blog gasta escudos que ni en la época de El Cid. Pero olvidó lo esencial, no hay antídoto para la locura amatoria.

    Todo lo demás no son sino épocas de una vida, espacios mejor o peor aprovechados en el devenir de este mundo. Idas y venidas, con o sin sentido. Paradas y puestas en marcha. Viajes y más viajes. Letras y alcohol, mares y estrellas, dudas y reflexiones.

    Pero vidas, al fin y al cabo, vidas vividas como la tuya, como la mía, como la de aquellos privilegiados que se han atrevido a buscar el amor verdadero, aquel amor que duele de tanto amar. La mayoría de personas que conozco se pasan el resto de la vida, no buscando el amor, sino buscando una persona con la que compartir sus vidas. Sus rutinarias vidas. Y olvidan lo esencial: que el corazón palpite fuertemente, que la mirada de quien nos ama sea capaz de fundirnos, que sus manos sean las elegidas para volar un palmo por encima de dónde vuela el resto....

    ...Y que siempre, al fin y al cabo, haya un lugar dónde podamos arriar una vela. Y navegar con rumbo fijo hasta el ocaso de nuestros días.


    Sí, ahora sé que todo el mérito es mío. Que estas letras, previamente maduradas, no hubiesen podido ser escritas sin mi intercesión. Que recibiste la inspiración en lo alto del vértice. Que fue allí dónde encontraste las palabras exactas, esas palabras con las que nos has deleitado.

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  2. Cuesta reconocer -y jode- que las opiniones sujetas a este post tengan mayor calidad argumental que el post en sí mismo. Es lo que algunos entienden por cura de humildad: un dolor sanador, parecido a sufrir en tus carnes una derrota a tres sets cuando te sientes visiblemente superior al contrincante...

    En cualquier caso, el post romanticón y añoñado tiene, entre otros propósitos, el de batirse en duelo con los que me acusaron de haber dado carpetazo a eso que algunos llaman amor, y que de paso daban por sentado que uno estaba muerto por dentro.
    A partir de ahora es posible que me traten de asentimental y ñoño.

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  3. Este anonimo sigue pensando que estas muerto por dentro.... un poco.

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