domingo, 20 de junio de 2010

El estallido de las calabazas: la desazón y otras sensaciones similares

Ayer noche a mi amigo le dieron calabazas.

Lo que prometía ser un guión de película americana, sazonado con canciones emotivas, citas peculiares y protas carismáticos, acabó siendo la típica película europea. Y ya se sabe, en el cine europeo no se estilan los finales felices.

No voy a hablar de la historia de mi amigo porque es suya y seguro que a nadie le interesa. Hablaré del desencanto como norma y la decepción como desenlace.

Para que prosperen desenlaces semejantes es necesaria la conjugación de elementos sangrantes y lacerantes en el orden que uno considere oportuno: el necesario asesinato en masa de los defensores del amor y de los happy ends para empezar, la infravalorada mala leche del ser humano, la fragilidad de las percepciones y la falta de reciprocidad en estado embrionario.

Esa combinación de elementos te permitirá teletransportarte a los inframundos de los desengañados, unos sótanos desangelados llenos de tíos con calabazas en las manos, con pinta de no haberse duchado en semanas y escuchando tangos hasta reventar.

On the other side, el tamaño de las calabazas siempre es proporcional a la carga emotiva que se haya desplegado antes del impacto final. Por regla general, son cargas emotivas que uno va masticando en silencio, mientras digiriere a su ritmo ese choque intergaláctico de sensaciones y reacciones en rigurosa soledad.

Tanta soledad y silencio acaban -para nuestra desgracia- sembrando nuestros deseos de poderosos artefactos llamados dudas. Las dudas son un coñazo porque uno pierde la capacidad que siempre tuvo de orientarse y decidir por uno mismo sin que le tiemble el pulso, se abren las puertas de un estadio en el que uno pasa a ser un capullo a las diez y a las once, pero que según los académicos son tan legítimas como humanas.

Lo que ya no es tan apasionante es cuando a esas dudas les buscamos un origen, o mejor que un origen, un estado, un sitio, su lugar en el mundo. Si tiramos del hilo, acabaremos seguramente en los dos únicos sitios posibles: la naturaleza de los sentimientos, y la naturaleza de la imaginación.

Los sentimientos tienen un software que va por libre, está en su adn. Tú no los controlas -asumes que no puedes redireccionarlos donde te salga del forro- pero te entretienen. Te sometes a su tiranía, porque a nadie ni a nada escuchan, vuelas con la poderosa maquinaria afectiva, y acabas comiendo mierda en el noventa por cien de los casos.

La naturaleza de la imaginación es todo lo contrario. En ella no existe la esclavitud de los sentimientos porque todo fluye a gusto del consumidor. En tu imaginación, tú eres el héroe de las historias que te inventas, vibras con cada episodio que te sacas de la chistera, la interpretación de las pistas que da la otra persona siempre es benévola, y tú eliges las canciones apropiadas para los momentos estelares…

Mi amigo acabó descubriendo que lo suyo había sido fruto de su imaginación. La naturaleza de aquella historia era más irreal que las promesas de un político.

Sin embargo, estoy orgulloso de él y de los que se atrevieron en su día a decir ‘me gustas’, a sacar la infantería y pelear por lo que se desea, a llegar al momento culminante de una digestión larga y silenciosa con todo el optimismo del planeta, a ponerle el pecho a las balas a riesgo de caer en combate y perder a esa persona.

Pero ese es el precio que se paga. Hay que saber apostar, y saber que uno se está jugando apartarse para siempre de la persona que consideró única en su especie y más especial que ninguna otra. Significa enfrentarse al fracaso de frente, jugarse el partido con tu tiro libre, y rezar para que la parafernalia que has imaginado también lo haya imaginado ella. La reciprocidad que acaba marcando la diferencia, la que define una situación o una vida. El sentimiento en común y no la diarrea de uno sólo.

Saber en qué lado de la balanza te encuentras sólo pasa por un sitio: cruzando el Rubicón como hizo Julio César y quemando las naves como Cortés. El punto sin retorno. Allí donde comienza lo ignoto y donde a los hombres curtidos se les consiente el llanto. La última frontera.

Cuando uno da el paso hacia adelante es porque sabe lo que quiere y porque ya no le teme a nada. Antes de desenfundar, todo se detiene un instante. Todo pierde sentido y adquiere una dimensión única. Vivir o morir.

Por eso es necesario que aplaudamos la figura de los valientes que sin cuerdas de salvación ni protecciones se juegan su cuarto a espadas, con la verdad por delante y el valor como moneda.

Sin embargo, todos en esta vida hemos estrellado alguna vez nuestros aviones en muros imposibles. A todos nos han partido por la mitad en pleno fragor de la batalla. A mi amigo le golpearon tan fuerte que sintió como se le rompía el alma en pedazos.

Jugó y perdió.

A partir de ese instante, lo que deberían ser papeles de colores cubriendo las calles y estampidas de caballos, da paso a una sensación de estar en una cámara insonorizada en la que te hallas solo, notablemente confundido y, probablemente, si buscas acabarás encontrando un espejo en el que poder mirarte el agujero que te dejó el tiro en la frente.

Comienza el reinado de la nada, la ausencia de sensaciones fuera de la conmoción que causan los terremotos iniciales. A partir de ahí, la vida es una mierda y te cagas en el amor.

2 comentarios:

  1. En mi opinión el mejor de tus posts.
    Parece mentirá que esto te salga después de una noche de las nuestras.
    DrTeen

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  2. Brillante, exquisito, conmovedor...Lolo en estado puro, en mangas arremangadas, cigarro en boca, copa de vino en mano y dispuesto a decirte verdades como puños mal que te pese. Genial Lolo.

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