domingo, 16 de mayo de 2010

Forever young


A todo el mundo le suena eso de que España sirve para poco. Lo nuestro es exportar olivas, coleccionar catetos en el gobierno, idolatrar futbolistas, cubrir de asfalto cualquier superficie, destrozar espacios naturales, matar toros, estar permanentemente a la cola de Europa... y fiesta. Lo nuestro es la fiesta.
Los extranjeros nos han tomado el número, y es aquí donde el turismo etílico y guarro campa a sus anchas, el de la sangría por vena y las tapas de cualquier pescadito en peligro de extinción. Aquí nos llega lo mejorcito de cada pub de centroeuropa, con ganas de ponerse hasta las cejas de noche, y de un rojo amapola de día que duele con sólo mirarlos.
Pero el español no es un tipo que se deje amilanar. El español es una especie aparte dentro de la genérica, y piensa que todo lo que hace el de enfrente lo puede hacer él mismo, o incluso mejorarlo. Tanto descerebrado suelto en Callejeros no podía ser casualidad.

Esto poco más o menos es lo que debió aplicarse un individuo hace dos días cuando decidió no dejar un fármaco por ingerir en una de esas alegres noches de primavera. Meterse de todo es un peligro que atenta contra su propia estupidez, pero adquiere dimensiones criminales y penales cuando se sube uno al volante de un coche; entonces se convierte en una especie de talibán a punto de inmolarse en cualquier momento.
Esta vez no hubo víctimas que lamentar. Al menos mortales. Eso sí, hasta que la policía lo interceptó, se había llevado por delante una furgoneta, un poste en la acera y una mediana de la avenida Madrid de Vigo.
Los de la Policía Nacional, que no pierden el viaje, vieron que aquello prometía, le hicieron soplar de inmediato, pero seguramente no acertaron con la quiniela. Menos de alcohol, el tipo se había metido de todo. Cocaína, benzodiazepina, opiáceos, morfina, heroína, y por si la noche decaía, extra de metadona. El milagro, si hubo alguno, fue flirtear con el suicidio y salir vivo. ¿Cómo diablos, en nombre de los pendientes del minotauro, podía el hombre abrir siquiera los párpados? Estoy convencido que una dosis diez veces menor es capaz de tumbar un dromedario; a un camello no, por razones evidentes…
La Ciencia, que tiene en el ser humano su mayor reto, habrá visto en A.M.P. -que así se llama el ilustre- un ejemplar digno de estudio. Más si cabe sumando 42 abriles. Ocasiones como ésta, en la que la realidad supera con creces la ficción, no están como para desperdiciarse. Y digo ficción porque ésto, a cualquiera que se lo cuenten, no se lo cree. La Ciencia aprenderá de este episodio mucho más que la sensatez humana, porque, como ya expuse al principio, aquí estamos muy acostumbrados a intentar hacer lo que el vecino de enfrente, y si se tercia, porque para eso semos así de machos y mediterráneos, superarlo.
Es evidente que con pedales como ése, quién necesita alcohol. Con los cubatas, a los mortales nos da por hablar antes de tropezarnos con la lengua, por hacer el idiota y, casi siempre, a quedar en ridículo. Si los cubatas son de garrafón, la cosa por la noche no variará. La diferencia la marcará el tamaño de tu cabeza al día siguiente. Con la dosis del figura, desde el primer minuto estarás de globazo con San Pedro intentando echarle fichas a los ángeles a ver si cae alguno…
La policía seguro que permanece intrigada unos días; no tanto preguntándose qué hace vivo el tarado este, sino de dónde cojones sacó el arsenal de quimicefa.
La Ciencia, por su parte, probablemente se rasque el mentón preguntándose por los efectos secundarios y los daños creados al organismo.
Los colegas del barrio lo recibirán con calidez y ternura, porque con 42 palos y a ese ritmo no les va a durar mucho.
Y la novia lo debió dejar hace tiempo porque a ninguna con dos dedos de frente le gustaría acabar siendo la Susan Hayworth de todo eso…

No hay comentarios:

Publicar un comentario